lunes, 19 de marzo de 2012

B/N


Fueron muchos los siglos en que negaron que la realidad podía presentarse de otro modo... la conformación ocular determinaba que todo parámetro descriptivo de las cosas se manifestara a través de la designación y distinción de matices.

Sin embargo, desde tempranas eras, los pueblos habían intuido algo distinto, así lo evidenciaban los repertos arqueológicos y, en las épocas sucesivas, en los albores de la ciencia, mezclada con la filosofía y otras manifestaciones del intelecto, se esbozaba tímidamente una verdad. Posteriormente apareció la supresión por parte de la religión que, enlazada al poder, obstaculizaba por medio del terror y la ignorancia toda profundización teórica sobre la materia, hasta el advenimiento de una nueva época de apertura y consolidación de métodos científicos, de estudio y exploración del mundo a través del conocimiento, a ello se sumó la literatura fantacientífica que ya podía expresarse libremente.

El sueño se fue abriendo camino tanto entre lo paranormal como dentro de la rigurosidad de las ciencias en combinación con la ingeniería. Ya la verdad era irrefutable.

Esto llevó a incorporar en el léxico común otras definiciones y palabras, aún sin poder, con certeza, probar empíricamente lo que todos sabían. De ahí en adelante los esfuerzos tecnológicos y la obsesión de la civilización se concentraron en perseguir un fin, aquel de lograr crear un artilugio que permitiera captar lo que iba o era más y distinto a los matices del negro al blanco.

No parecía ya tan lejana en el futuro, la invención de la máquina que permitiría percibir eso que algunos grandes exponentes del conocimiento llamaron color.


Morelia, 19 marzo 2012

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