martes, 27 de octubre de 2009

E dimmi, sorridi ancor ora quando finisci una canzone?

Ahora con desazón
me refugio de esta humanidad.
Para no enloquecer,
de la rabia creo resistencia
con dulzura que me acune
sobrevivo sedienta.


Entonces me abstraigo
en el café dorado,
devorando con mis sentidos,
la pausa de un poema
inserto en otro poema,
cuando con tu gesto,
descansas melancolíco
sobre el objeto
de mi adoración.


Me sumerjo cien veces,
en uno y otro distinto tiempo
de aquel café dorado.


Dime


¿Todavía sonríes
al final de una canción?


Me adiestro famélica
a vigilar cada segundo
lo que acontece
en el trayecto de tu voz,
avidamente gozo
de la fracción cinética
de tu pupila
que en el vacío
encuentra horizontes.


Avidamente si,
me rapta ese modo instintivo
de cantar y mirar
en obliquo el vibrato
que te sacude las celulas.


Escruto tus dedos,
tus manos,
tus brazos,
tu cuello rodeado
de un sutil lazo
de cuero.


Te detengo en lo que eras,
pero también te busco ahí,
en tí, en estos días,
donde sé que permanecen tus pupilas.


Me apodero del pedazo de existencia
que entre rebeldía y virtuosismo
has ofrecido a cierto mundo,
y entre varias,
privilegio la opción de pintar
la composición acelerada
de una plegaria lacónica
donde reconozco mi tristeza fiera,
que altiva pide a todos
que volteen y walk on by.


Quiero,
necesito,
dejo que me susurres la eternidad del sol,
confirmando una verdad soñada.
Entre tanta carencia, lo que poseemos es amor


Puedes verlo, me las has dado,
la belleza, la dulzura, again and again.


Dime hombre.


¿Todavía sonríes
al final de una canción?

¿Aún lejos de las colinas de Atenas?